¡Cómo me dolió que no me vieras, Damiana! Fue inútil mi oratoria, mi apostura, o la valentía que creí verías en mí al saber que habia llegado solo y desarmado a las tolderías. (...) Aún a despecho de mi amor propio herido, mi deseo más ferviente, cuando supe que nunca serías mía, fue que fueras felíz, dichosa con lo que eligieras; sin embargo, te busqué en cada rostro, en los parques y en el teatro, cuando el fulgor de una mirada atraía mis sentidos.
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